el tibio sol y la apacible brisa inundaban la pradera como un manantial refrescante. las aves se alejaron lentamente del paisaje e inexplicablemente las sombras surgieron con el arribo del mediodía. las flores permanecieron inmóviles y, desconsoladas, se resignaron a que la tormenta caería sobre ellas.
súbitamente el viento cobró violencia y los brilantes colores del solitario campo escaparon ante la aparición de unas sombrías figuras.
el silencio fue invadido por el chasquido de cascos y el relincho de negros corceles. el estridente beso de afiladas lanzas llenó el aire de violencia y un muro de escudos se formó en la ladera de una colina vieja como el tiempo.
un aura roja hecha de odio y fuego destructor envolvía a un ejército tan oscuro como la noche y la fiera mirada de sus guerreros, sumada al rugido de sus corazones, presagiaba el cruento combate que se acercaba con el paso de los minutos.
terribles cantos que hacian referencia a una eterna rivalidad se hacían oír en la distancia.
entonces, un himno de celestiales trompetas ahogó los siniestros cánticos y del cercano horizonte emergieron los defensores de la virtud, los ángeles que resistirían el embate del destino.
esta nueva multitud irrumpió en el paisaje y repentinamente el día pareció recuperar su natural brillo. blancas monturas de orgulloso paso llevaban consigo a los bellos paladines, quienes no permitirían que las sucias manos de los bárbaros manchen los inmaculados campos de su comarca.
sus níveas capas se mecían agitadas por el viento y el resplandor de sus espadas creaba mágicos destellos que asemejaban a las estrellas que solo trae la noche despejada.
y al noche llegó y se confundió con el día. y los ejércitos cantaron y alistaron sus armas. la luz y las sombras decoraron el paisaje y el camino que recorrerían las huestes se trazó sobre el césped donde muchos habrían de caer.
luego el silencio se adueño del campo y el tiempo pareció detenerse. los dos bandos frente a frente se prepararon para la muerte y cruzando sus miradas formaron un puente imaginario entre el cielo y el infierno.
el aroma del combate inundaba la habitación y el niño y sus dudas se callaron para dejar que los reyes empiecen la batalla.
- ¿cómo se llaman éstos?-, murmuró
- son los peones, hijo. los que mueren primero.
- y, ¿como se mueve cada ficha?
- como yo quiera-, sentenció el rey.